miércoles, 21 de marzo de 2012

AVISO IMPORTANTE

Por motivos de falta de tiempo, a partir de ahora, el proceso seguirá la misma filosofía que hasta ahora sólo que no existirá la imposición de tener que publicar cada uno en una semana sino cuando cada uno pueda :P

Ya os avisaremos nosotros cuando haya un capítulo nuevo.

Disculpad las molestias ocasionadas :)

domingo, 11 de marzo de 2012

Capítulo 11: "Por fin esa historia ya termino, Dolores cambió su nombre por libertad, escapando del cabrón que su vida destrozo. Porque la vida es solo un cuento que hay que vivir en el momento" Reincidentes

Año 1898


El túnel era lo bastante ancho como para que la luz de la linterna de gas no pudiera iluminar las paredes laterales, dejando un oscuro y húmedo vacío a los lados del haz luminoso. Los pasos, que intentaban ser amortiguados y silenciosos, sonaron húmedos y pesados, posiblemente, por los charcos que empapaban el suelo y el barro que se había adherido a las botas de cuero curtido del joven.


Llevaba varias horas recorriendo la marabunta de túneles, a los que había conseguido acceder a través del sótano del palacio de San Esteban, lo que provocó que su buena orientación se viera algo degradada. La oscuridad y el silencio impregnaban los recodos de la catacumba, que en otros, tiempos habían sido un prolífico barrio de la ciudad de Madinat Mursiya.


Años de investigación y de trabajo le habían llevado a ese lugar, y en ese preciso instante el tiempo y el espacio parecían engullir el oxigeno viciado que deambulaba por la oscura gruta formada por paredes de ladrillo ornamentado y techo sedimentado, que la historia había ido depositando sobre los cimientos del barrio árabe.


En medio de ese silencio perturbado solo por el tintineo de las arandelas metálicas de la mochila de tela verde y los pesados pasos de las botas enlodadas de arcilla y arenisca; la figura estilizada del joven invadía un lugar abandonado por el recuerdo y enlutado por la leyenda.


Pero la luz no era la luz de un explorador y el ansia del joven no era el ansia de alguien que ha descubierto algo, sus intenciones eran muy diferentes, solo deseaba huir y esconder un secreto que bramaba desde hacía milenios. Ella lo había escuchado y eso era peligroso.


Continuó dando vueltas y deambulando por el arrabal subterráneo en busca de un lugar donde esconderlo, hasta que finalmente lo encontró al girar un recodo de la gruta una amplia galería formada por los cimientos del Palacio de San Esteban, que arañaba las paredes de lo que debió haber sido un palacete mozárabe, las paredes derruidas de las casas colindantes y del palacete invadido por los cimientos de la Iglesia de San Esteban insinuaban una plazoleta en la que aún se podían distinguir lo que debían haber sido losetas, ahí, justo en ese lugar, en ese peculiar lábaro que formaban las paredes del arrabal almohade y los cimientos del palacio cristiano, deposito un bulto cubierto por lino negro y forrado por dura piel encurtida.


Había pasado gran parte de su juventud buscando ese libro y ahora no podía evitar que las lagrimas arrasaran sus ojos, era como dejar parte de él en esas ruinas, en ese oscuro y recóndito lugar, a merced de la oscuridad, la humedad y el olvido.


Le fue imposible no recordar la monumental fachada de La Biblioteca Nacional de España sus enormes ventanales, la poderosa figura de San Isidro de Sevilla y Alfonso X el sabio, flanqueando las escaleras de entrada, protegiendo y observando a personas dispuestas a imbuirse en la sabiduría almacenada durante siglos, entre las enormes estanterías de madera o en los depósitos acondicionados para que los secretos y los hechos, las ideas y los pensamientos que miles de creadores y sabios  habían depositado en finas y livianas paginas de papel, pasaran a ser estudiadas, entendidas y empleadas para mejorar, entender o disfrutar de la esencia vital de la humanidad, para ser participes de la vida en todas sus dimensiones. Ese era el lugar que merecía aquel libro y no un desdeñoso y álgido recoveco, en un arrabal olvidado.

Pero también le fue imposible no recordar la ávida mirada de esa mujer, sus fríos ojos azules, eran como gélidas cuchillas que se clavaban en su corazón y le arrebataban el aliento. Su recuerdo, le dio la fuerza necesaria para colocar la pesada loseta sobre el libro recubierto de piel curtida y lino negro… le quedaba menos de una hora de aceite en la pesada lámpara y así lo dejo en medio de la nada mas oscura.

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Siglo VII después de Cristo. 


“Otra vez de noche” pensó la joven antes de que un temblor incontrolable le atravesara el cuerpo como un rayo, los ojos se le llenaron de lagrimas, lagrimas saladas e hirientes, lagrimas de dolor y miedo que intentó reprimir.


Como cada noche, se acurruco en una esquina de la estancia de barro, esperando pasar inadvertida o convertirse en un mueble más, carente de interés. Aún le dolían las muñecas, aún notaba el calor palpitante y el escozor en su entrepierna, aún sentía su aliento fétido, mezclado con el agrio aroma de su sudor...


“Otra vez la noche”, volvió a pensar y el llanto se hizo incontrolable, las gotas saladas arrasaron su rostro, pasaron por su ojo morado e inflamado y se posaron en la herida de su labio superior, hasta que colmaron y continuaron su airado viaje, para perderse en el cargado y oscuro ambiente del cuarto.


La cabeza se le emboto y su sentido del oído, quedó embozado por la pena. Pues la pena inmisericorde nos priva de nuestros sentidos. A ella, la privo de oír el chirriante sonido de la puerta de madera y el fuerte golpe de esta, al chocar contra la pared de acebo. La privo de poder reaccionar, la privo de dejar de llorar y adoptar la postura estoica, que siempre utilizaba para escapar de ese lugar, en esos momentos. La privo de huir en mente y alma.


El fétido y agrio aroma de un hombre impregno las paredes, el techo y los muebles de la discreta estancia. Sus ojos pequeños y febriles refulgieron al reflejar las llamas de la chimenea, mientras, sus afilados rasgos danzaban con las sombras que la penumbra robaba a la cálida luz, confiriéndole un aspecto casi diabólico. Cuando encontró lo que buscaba, una enorme y rapaz sonrisa se dibujo en su rostro.


La delatora luz de la hoguera, dibujo su silueta entre las tinieblas de la habitación, la joven de pelo rubio, temblaba a causa del desconsuelo. Sin perder un segundo, la agarro del pelo y la arrastro por el cuarto en dirección al exterior.  


Cuando salió de la estancia los sentidos de la chica se despertaron, como las flores del castaño en primavera, y ella no pudo más que estremecerse.


La clara noche inundo sus ojos, el cielo estaba despejado y las estrellas osaban disputarle a la enorme luna llena la atención de quien quisiera asomarse a la cúpula celeste.


El viento acariciaba las ramas y las hojas de los árboles, creando una melodía que armonizaba a la perfección, con el cercano y cristalino sonido del arrollo.


La primavera había hecho acto de presencia y un ligero viento de poniente trasportaba el aroma de las flores, que comenzaban a asomar en las ramas del manzano, el castaño, la hierba buena, el romero...


No hacia frío, pero la ligera brisa estaba acompañada por una trasparente capa de humedad, que hacia que la sensación atmosférica fuera agradable y refrescante.


Las gotas saladas de las lagrimas se filtraron entre sus labios entre abiertos e inflamados, inundando de sabor sus papilas gustativas, el sabor metálico de la sangre y el salado de las lágrimas. Intento gritar, pero no pudo mas que soltar un quejido lastimoso, que se llevo la brisa primaveral y silenció el crepitar de la foresta.


“Otra vez de noche” volvió a pensar antes de que el fuerte golpe contra el tronco del árbol, casi la dejara sin respiración. Un tremendo dolor le atravesó la espalda como el rayo y perdió el conocimiento durante unos segundos. Al abrir los ojos, la oscura y enorme figura eclipsaba la claridad que la luna menguante confería a la noche.


Su fuerte olor le dio arcadas, olía a campo y sudor, olía sangre y rabia, olía a miedo y odio… Olía a dolor. La aplasto contra el rugoso tronco y las estrías nudosas se clavaron en la piel como espinas de un rosal. El peso tremendo del hombre le corto la respiración durante unos segundos y soltó un sonoro quejido, como el del fuelle que alimenta las llamas de la fragua.


Intento arrancar bocanadas de aire al viento de poniente, pero la poderosa y sucia mano del hombre se interpuso tapándole la boca y la nariz. Olía a barro, orina y estiércol, olía a campo, sudor y miseria. El hombre se enderezo, dejando todo su peso sobre la mano que la amordazaba y todo su cuerpo descanso sobre el rostro de la joven, aplastándola contra la tupida y húmeda hierba. Ella sentía como los ojos luchaban por salir de las orbitas, noto como la mandíbula crujía y la sangre inundaba su boca.  


En esos instantes la falta de oxigeno hizo que casi se desmayara, pero la poderosa y cruel presa del hombre cesó, dando paso a una bocanada de aire fresco. La pausa duro apenas unos segundos, pues noto como la obligaba a abrirse de piernas, un agudo dolor abnegó sus extremidades y su vagina, noto como la piel se rasgaba y los músculos cedían.


Cerró los ojos intentando huir, pero la cruel y húmeda voz del hombre que le susurraba al oído, la ligaban a la realidad.


-Te gusta esto, ¿verdad?, puta. Se que te gusta mi polla.- sus susurros crueles iban acompañados por saliva y ese fétido aliento a dientes podridos e infección, ese aroma agrio y dulzón, que se puede incluso saborear.


Su potente y enorme falo, la atravesó como si la empalara y noto como otra vez más su interior se desgarraba y explotaba dando rienda suelta a una punzante sensación de dolor. Las poderosas embestidas del hombre, hacían que todas las articulaciones de su cuerpo crujieran.  Cierto es que al principio intentó luchar, los primeros días peleo como una loba, incluso una vez llego a escapar, pero el siempre la encontraba y la golpeaba hasta caer rendido. Luchar había sido su manera de vivir y de crecer, su identidad era esa, pero ahora estaba débil y no podía mas que llorar acurrucada en un rincón, esperando pasar desapercibida, cuando la noche llegaba.


El violento giro, la hizo salir de su ensueño, la había colocado boca abajo y el tierno olor de la hierba húmeda, impregno su rostro arrasado por las lágrimas, la saliva y la sangre.


Noto una tremenda punzada de dolor en el ano, pero su grito quedo amortiguado por la tierra y la hierba. Noto como se desgarraba su interior y como la sangre se mezclaba con un fluido algo mas espeso. El enorme hombre soltó un profundo bufido. Empujo el débil cuerpo de la joven, que permanecía agotada y ausente.


-Te gusto, lo se…- dijo, antes de escupirla. Sacudió su enorme pene y comenzó a orinar sobre el cuerpo desmadejado de la joven.- No te mereces un hijo mío, puta- le propinó un fuerte golpe en la boca del estómago antes de marcharse tambaleándose al interior de le la casa.


La joven miraba al infinito, sus ojos estaban vacíos y parecía no respirar, su piel blanca estaba salpicada de suciedad, hematomas, arañazos y sangre. En la herida de su labio superior las lágrimas y la sangre se mezclaban y reflejaban los rayos de la luna. Su pelo de un rubio casi níveo estaba húmedo y se le pegaban en el rostro, enmarcando su pálida y delgada faz.


No podía llorar, no podía gritar, pero algo parecía darle calor en su interior, una tormenta comenzaba brotar en su interior, y el miedo parecía ser engullido por las oscuras y cargadas nubes que comenzaban a agolparse en su alma. La rabia y el odio que alimentaban los actos del hombre que la desposó años atrás y la había violado esa noche, como otras muchas,  parecían estar manando de su alma en esos momentos.


Mientras se levantaba lentamente del césped, notó como algo de su ser se quedaba en la tierra, atrapado entre las verdes y delgadas tiras de césped. Noto como si unos brazos invisibles abrazaran parte de su ser para protegerla y hacerla ajena al acto que estaba a punto de realizar.


Arrastrando la pierna izquierda, se aproximo a la casa de acebo y piedra, abrió con suavidad la puerta de madera y camino sin hacer ruido por el suelo de tierra desgastado. Cogió un enorme cuchillo de hierro oxidado y lo calentó en los rescoldos de la chimenea.


Su sombra fue creciendo conforme se aproximaba al hombre que roncaba en la cama de heno, la luz rojiza que había poseído el metal del cuchillo, se iba desvaneciendo mientras se aproximaba y su rostro lívido, iba siendo engullido por las tinieblas. Un taimado brillo atravesó sus ojos azules segundos antes de que el metal consumiera la piel y los ojos del hombre.


Los gritos de dolor y desesperación del hombre se mezclaron con la jovial y limpia carcajada de la joven, antojando la peculiar sinfonía que acababa de comenzar. La joven comenzó a girar sobre si misma, feliz y noto esa sensación que la acompañaría durante el paso de los siglos. Esa misma sensación que la invadió en la terraza del colegio mayor, minutos después de hacer estallar la bomba.

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Actualidad.


Consiguió escabullirse entre la marabunta de personas que atestaban la calle, todavía sonaba esa canción solitaria cuando giró a la derecha, hacia la estrecha calle peatonal que llevaba a la plaza donde estaba el bar donde muchas noches había disfrutado de la calida compañía de sus colegas de carrera y amigos de existencia. El suelo adoquinado tenia un tono especialmente lúgubre esa tarde.


Notaba el cansancio y la pesadez que confiere el haber respirado humo, lo que le provoco un ataque de tos. Aún así, Miguel sabía que no debía perder un solo segundo y comenzó a aligerar el paso conforme avanzaba por las calles adoquinadas.


Intentaba centrarse en su objetivo, pero el miedo y la angustia, abnegaron su corazón. Miro a todos lados en busca de un lugar donde acurrucarse y llorar, un lugar en que pasar inadvertido. Sabía que hoy ella, le había dejado escapar, porque solo quería jugar. Una punzada de dolor cruzó la herida de su cabeza, al recordar el cuerpo desmadejado de Eva. Y no pudo reprimir el llanto, se arrebujo en una esquina que formaba una calle próxima a la Universidad de la Merced y que desprendía un fuerte olor a orina.

domingo, 4 de marzo de 2012

Capítulo 10: "Para ti, para mí, para nadie más se ha inventado el mar..." Alejandro Sanz (Me iré)

El sonido era un suave susurro que iba y venía acariciando sus oídos una y otra vez. Rubén abrió los ojos y un enorme cielo estrellado se le vino encima. En él podía distinguir con meridiana claridad cada uno de los astros que lo componían. Cientos de estrellas brillantes que, junto con una radiante luna llena, proyectaban su luz a la tierra.

Estaba tumbado sobre un manto de arena fina, podía notar su tacto frío a lo largo de la espalda, las nalgas y las piernas. Entonces fue consciente de que estaba desnudo. Trató de incorporarse y al instante quedó atrapado por la belleza del paisaje que contempló a su alrededor. Frente a él, un mar inmenso, oscuro e infinito. Había poco oleaje pero aún así el agua rompía con cierta fuerza en la orilla emitiendo un sonido relajante e hipnótico.

A ambos lados, la tierra penetraba en el mar cerrando la cala en sus extremos. La silueta de la vegetación situada en las partes más altas de las escarpadas montañas, se recortaba en el cielo a la luz de la luna. Era un lugar que Rubén conocía muy bien. Se trataba de una de las calas de Calblanque. Un parque natural situado en el sur de Murcia, perteneciente a Cartagena. Una de las pocas extensiones de costa virgen que queda en todo el levante español. Prácticamente intacta, tal como se la encontraron hace miles de años los primeros individuos que avistaran aquellas tierras. Gentes pertenecientes a antiguas civilizaciones, ya perdidas en el tiempo, y que seguramente cuando las vieron por vez primera sentirían algo muy parecido a lo que siente ahora cualquiera que las descubre, tantos siglos después.

Una de las cosas que le resultaron más duras a Rubén cuando tuvo que marcharse de Murcia fue la idea de no poder acercarse de vez en cuando a ese pequeño rincón donde solía encontrarse a sí mismo y del que siempre salía reconfortado. Era, como a él le gustaba llamarlo, “el sitio de mi recreo”, parafraseando una canción del gran Antonio Vega. Pues siempre que se encontraba allí, no dejaba de sonar esa melodía en su cabeza mientras contemplaba el horizonte.

Miró al frente y vio surgir una figura del mar. Una silueta de curvas armoniosas, perfectas, que avanzaba hacia él con paso lento. Con cada paso el agua iba dejando ver más centímetros de su cuerpo desnudo. El reflejo de la luna junto con el agua resbalando por su figura le proporcionaba a su piel un brillo mágico. Su melena rubia y mojada caía por su espalda. Cuando estuvo lo suficientemente cerca pudo ver mejor su cara. Era la chica del Hotel 7 Coronas. A escasos metros de él, sonrió abiertamente y Rubén no pudo escapar del embrujo de sus enormes ojos claros. Ella le hizo un gesto para que la siguiera, dio media vuelta y echó a correr de nuevo hacia el mar.

Rubén se puso en pie y comenzó a andar siguiendo su estela. Notaba la arena fría en las plantas de los pies y el aire acariciando cada parte de su cuerpo. Un cosquilleo que le producía una sensación extraordinariamente placentera. Se sentía extraño pero al mismo tiempo se sentía cómodo, libre. Pronto notó el agua fría en los pies y fue internándose en el mar. Llegó donde estaba la chica y ésta le cogió de la mano. En sus pupilas podía ver reflejadas las estrellas. No le hubiese importado quedarse ahí el tiempo que hiciera falta contándolas, una a una. Ella acercó sus labios a los suyos y se fundieron en un largo beso. Entonces se abrazaron y sus cuerpos formaron un todo. Un único ser perfectamente integrado en la belleza del entorno. Arena, mar, cielo y carne; una mezcla de elementos magistralmente orquestados en una partitura eterna, donde el tiempo es irrelevante. Porque allí no existe.

Alrededor de ellos, nadaban decenas de peces. No podían verlos pero Rubén sabía que estaban ahí. Notaba sus movimientos en las piernas. Allí siempre había peces. Estaban acostumbrados a cohabitar con el ser humano, y a la luz del día resultaba realmente bello contemplar la explosión de colores que se movía bajo el agua.

Rubén se preguntaba qué estaba haciendo allí pero no estaba seguro de querer saber la respuesta. Prefería limitarse a vivir el momento dejándose llevar sin más. Ya habría tiempo de hacer preguntas más tarde.

Estuvieron paseando por la orilla de la playa. No sabría deducir durante cuánto tiempo. La cala estaba completamente desierta. Tan sólo ellos; dos figuras cogidas de la mano caminando bajo la atenta mirada de la luna y las estrellas. De vez en cuando se miraban mutuamente y sonreían con la inocencia con la que sonríe un niño cuando descubre algo nuevo que lo hace feliz.
Al rato, volvieron y Rubén se separó unos metros de ella y se recostó en la arena de la orilla, mirando al mar.

Su mirada se posó en el horizonte, donde el cielo se fundía con el mar. Entonces comenzó a evocar momentos pasados de su vida. Vio personas que habían formado parte de ella alguna vez y ya no estaban. Recordó momentos de su adolescencia, de la universidad, de cuando estuvo fuera formándose para el cuerpo. Visionó la cara de Rocío diciéndole que necesitaba un tiempo. Apareció ante él la voz de Alex animándole y proponiéndole salir a emborracharse y echar unas risas. Las imágenes se superponían unas con otras a gran velocidad. De golpe, y sin saber por qué, se dio cuenta de que estaba temblando. Notó los ojos húmedos, y al parpadear, una lágrima se deslizó por su mejilla.

Una sombra se proyectó a su lado en la arena. Se giró y la vio junto a él de pie, con su melena agitada por el viento. Se agachó y le secó con el dedo pulgar la estela de la lágrima que se había derramado. Al notar el tacto de su dedo en la cara, los temblores desaparecieron de inmediato. Entonces ella lo miró fijamente a los ojos.

─Entre los libros ─dijo con voz suave.

Rubén no entendía nada. Intentó preguntar a qué se refería pero no le salía la voz de la garganta. Ella le sujetó cariñosamente la cara con ambas manos.

─Has de regresar ─le besó en la frente.

Y después de eso la oscuridad más absoluta lo invadió todo.




Gritos sordos, lejanos. Poco a poco se fueron haciendo más audibles y cercanos.

Rubén abrió los ojos e inmediatamente el humo se le metió dentro. Tuvo que entrecerrarlos por el escozor. Estaba recostado en el suelo y le dolía muchísimo la cabeza. A su alrededor había restos de escayola que se habían caído del techo. Se llevó la mano a la cabeza y vio que tenía sangre. Se encontraba en un pasillo del Colegio Mayor Azarbe. La gente corría presa del pánico.

Se levantó y comenzó a caminar con esfuerzo. Enseguida fue consciente de la situación y una descarga de adrenalina inundó su torrente sanguíneo. Comenzó a correr escaleras abajo buscando la salida.

Al llegar a la planta baja pasó por delante del despacho de la directora del centro. Donde antes hubo una puerta, ahora había un boquete en la pared. Ésta había saltado por los aires y desde su posición podía ver el interior de la estancia lleno de escombros. Entre ellos vio los restos de dos cuerpos. Los miembros separados del tronco y bañados en charcos de sangre y vísceras.

Varios de ellos eran de la directora. Yolanda, creía recordar que se llamaba. El resto parecían los de un hombre. No tardó en reconocer la cabeza que, desde un rincón, lo miraba sin ver. Era la del inspector Castilla. Rubén apenas pudo reprimir las ganas de vomitar que le vinieron al contemplar la escena. Consciente de que no podía hacer nada, decidió continuar su camino en busca de la salida.

Pasó por delante de la biblioteca y algo le hizo detenerse en seco. “Entre los libros”. La voz de la chica resonó en su mente, nítida como si estuviera allí en ese momento. Rubén volvió sobre sus pasos y entró en la biblioteca. Estaba vacía a excepción del humo procedente de las llamas que devoraban los libros y la madera. Varias estanterías se habían venido abajo. Echó una ojeada rápida mientras se tapaba la boca y la nariz con la mano. No entendía por qué había entrado ahí y ya se disponía a salir cuando algo llamó su atención. De debajo de una estantería volcada asomaba un brazo que le resultó familiar.

Corrió hacia él e intentó levantar la estantería. Era muy pesada pero Rubén sacó fuerzas de donde no tenía y logró levantarla y hacerla a un lado. Apareció el cuerpo de Bonilla semi-enterrado bajo varios libros.

─¡Bonilla! ─Rubén le dio unos golpes en la cara tratando de reanimarle─. ¡Bonilla! ¡¿Me escuchas?!

Entonces Bonilla rompió a toser al tiempo que abría los ojos.

─¿Qué ha pasado? ─dijo aún aturdido.
─¡¿Estás bien?! ¡¿Te has roto algo?!
─No... creo que sólo estoy magullado ─dijo palpándose el torso y las piernas─, me duele bastante el brazo. ¿Qué ha ocurrido?
─¡Vamos! ¡Tenemos que salir de aquí! ─dijo Rubén al tiempo que le ayudaba a levantarse─. ¡Creo que ha habido una explosión! ¡Está todo ardiendo!
─¿Y el inspector Castilla?
─¡Muerto! ¡Vamos!

Ambos salieron corriendo de la biblioteca al tiempo que el techo se derrumbaba por completo a sus espaldas.

Cuando por fin salieron a la calle vieron que la zona ya estaba acordonada por la policía. Los bomberos ya se disponían a entrar al edificio.

Se sentaron en la acera, a unos metros del lugar. Tosían de forma violenta. Sus ojos brillaban con el reflejo amarillo y rojo de las llamas mientras contemplaban, aún aturdidos e incrédulos, las columnas de humo negro que salían por las ventanas del edificio.

De una de las habitaciones seguía sonando ─por detrás de las sirenas, los gritos, y el crepitar de las llamas─, una canción que se filtraba en el aire: “De sol, espiga y deseo; son sus manos en mi pelo; de nieve, huracán y abismos; el sitio de mi recreo...”

domingo, 26 de febrero de 2012

Capítulo 9: "El ruido que me sigue siempre" Maga


Nadie pasaba por la estrecha calle en ese momento, todo estaba en silencio, no había ruido de motores de coches, no había conversaciones en las aceras, solo el amortiguado y lejano ajetreo de la vida que fluía en las calles colindantes. Quizás si escuchabas con detenimiento podía oírse una canción que salía de alguna de las ventanas del colegio mayor que daban a esa calle. Todo parecía normal, un medio día mas de entresemana, pero la explosión trastorno la normalidad.

Miles de fragmentos de cristal se derramaron en el oscuro asfalto, y de los huecos vacíos que habían dejado las ventanas de cristal empezaron a salir torres de humo negro y gris. El despejado día comenzó a oscurecerse en esa calle y en un segundo el silencio de la calle se trasmuto en gritos provenientes del interior del Colegio Mayor y ruidos de las alarmas de los locales cercanos. Aunque si se prestaba especial atención en medio del caos que se exacerbo al llegar las ambulancias, los coches de policía y los camiones de bomberos, se podía escuchar una canción proveniente de alguna radio que estaba encendida en alguna de las habitaciones del Edificio.

Segundos antes de todo aquel destello de sirenas, sonido de explosiones y oleadas de miedo, Miguel estaba durmiendo en su cuarto, no fue el sonido seco de la explosión lo que le despertó, fue el fuerte golpe de la onda expansiva que quebró la persiana de su habitación.

Abrió los ojos sin saber muy bien que estaba sucediendo, la habitación estaba iluminada por los frágiles destellos de sol que se colaban por la quebrada persiana, intento abrirla pero era completamente imposible, la luz tampoco funcionaba, un hilillo de humo negro empezó a colarse bajo la puerta del pasillo y un fulgor rojo comenzó a impregnar la delgada línea que tenía en la parte inferior la puerta.

Lo primero que se le paso por la cabeza fue coger el libro, eso que tanto tiempo había buscado y que había escondido junto a las mantas, ese tesoro que había absorbido toda su existencia en los últimos días. Argumosa le había dicho que si algo podía salvarlos era el secreto que ese libro escondía, que era la única arma con la que podían contar por el momento.

Cuando movió las mantas descubrió que no estaba ahí y su corazón se congeló durante unos segundos, una fuerte punzada de dolor le golpeó y los ojos se le nublaron, todo estaba perdido, el libro había desaparecido.

Angustiado y algo mareado por el humo que empezaba a inundar la pequeña habitación, decidió salir a ver que estaba sucediendo e intentar descubrir que había sucedido con el libro, pero al empujar la puerta algo impedía que se abriera, la golpeo varias veces, hasta que sonó un crujido “húmedo”, quedando lo suficientemente abierta como para que  Miguel se deslizara al pasillo.

Un tétrico panorama se mostró ante el joven, tumbada junto a la puerta como un muñeco de trapo estaba el cuerpo de Eva, todavía llevaba la mochila colgada del hombro y entreabierta…

Esa imagen o el humo que conquistaba a gran velocidad el edificio, hicieron que los ojos de Miguel se llenaran de lagrimas. El tiempo pareció detenerse mientras que observaba el delicado cuerpo de la joven. La parte izquierda estaba completamente quemada, aun asomaban pequeñas llamas entre las piel agrietada y ennegrecida que se mezclaba con la ropa, haciendo distinguir lo uno de lo otro. El rostro aún mostraba una liviana sonrisa, un fuerte golpe en la sien derecha se la había llevado sin que ella se diera cuenta. Algo de su mochila llamo la atención de Miguel y la pena de ver a la pobre Eva en ese estado se transformo en alivio y miserable alivio que le hizo asquearse de si mismo. Pero a veces mente y corazón actúan por separado y el alivio de su mente fue mas fuerte que la pena de su corazón.

Cuando cogió el libro el tiempo pareció acelerarse, de repente Miguel estaba rodeado de los estudiantes que corrían buscando una salida, en medio de ese infierno de humo fuego y gritos.

Se dirigió hacia las escaleras buscando la salida de emergencias y entonces la vio, de pie e impasible, en las escaleras que subían al edificio superior, parecía disfrutar de lo que estaba sucediendo. Tenia el pelo largo y rubio y unos enormes ojos que se deleitaban con la miseria y el miedo que la rodeaban. Ella se dio cuenta de que el la miraba y le sonrío segundos antes de salir corriendo hacia el piso superior.

Miguel la había visto antes, sabía quien era y de lo que era capaz y sabía que ella era la responsable de lo que estaba sucediendo, sin darse cuenta apretó contra su pecho el grueso libro de tapas negras, minutos después cuando ya se encontraba en la calle inundada de fragmentos de cristal, ropa, madera y folios de apuntes, el dolor producido por las duras tapas del libro se hizo patente.

No todo estaba perdido, pero ella sabía que tenía el libro y no lo permitiría, tenía que esconderse o por lo menos dejar a buen recaudo el libro, para tener tiempo para estudiarlo. Apretó con fuerza los dientes y cerro los ojos que le escocieron como si se tratara de una herida en carne viva.

“Siempre hay una esperanza, siempre se puede mejorar, ¿verdad?”. Pensó Miguel antes de que sus vacíos ojos negros se llenaran de lagrimas al recordar a Eva, o quizás solo fuera una reacción a la sequedad producida por el humo.
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La gente se agolpaba en la calle como las hormigas, cuando encuentran un cadáver y empiezan a desmembrarlo, los cuerpo de seguridad intentaban acordonar la zona, pero la curiosidad y el morbo del desastre atrae a los humanos como la miel a las moscas. Desde arriba todo se veía con mas claridad, por eso había subido, para verlo todo con mas claridad.

Las torres de humo que salían de las ventanas tenían cierta belleza y los cuerpos muertos de los que se nutrían les conferían cierta magia, o eso pensaba ella. Ahí en lo alto todo era claridad y el aire estaba limpio, tomó una bocanada de aire y la felicidad la inundo,  tanto que soltó una calida y jovial carcajada.

Se sentía feliz, todo marchaba a la perfección, comenzó a girar sobre si misma, colmada de felicidad, su pelo rubio parecía danzar al son de un viento invisible venido desde lo mas profundo de su ser y si alguien la hubiera visto, sonriente, feliz, perfecta, abría caído rendido a sus pies. Parecía bailar al son de la canción que se escapaba de una de las habitaciones del "Colegio en Llamas"

domingo, 19 de febrero de 2012

Capítulo 8: "Sólo piensas en mí cuando no tienes con quién dormir", Manos de Topo (Mejor sin el pijama)

─Por lo que veo he sido el primero en darle la noticia ─le dijo el inspector Castilla escrutando su rostro con la máxima atención.

Miguel intentaba aparentar normalidad pero apenas era capaz de disimular el tremendo golpe que le había supuesto enterarse de la muerte del profesor Argumosa. Notaba cómo un temblor comenzaba a sacudir levemente su cuerpo y luchaba con todas sus fuerzas para tranquilizarse.

─¿Y bien? ─consiguió decir al fin─, ¿en qué puedo ayudarles yo?
─Pues podría decirnos, por ejemplo, si había notado usted algo extraño últimamente en el comportamiento del señor Argumosa. Algo que le llamase especialmente la atención.
─No ─Miguel se encogió de hombros. Procuraba no apartar la mirada de los ojos del inspector para no mostrar inseguridad─. Don Ismael llevaba una vida muy normal. Con sus clases, sus libros, sus exámenes... lo normal en un profesor universitario.
─Ya, ¿y usted? ¿en qué consistía su colaboración como alumno interno?
─Pues yo le ayudaba a preparar las clases, y bueno, estábamos realizando un estudio sobre el arte en los siglos XV y XVI para presentarlo a final de curso junto con una exposición de cuadros de la época.

Al oír esto último, Rubén recordó la postal que le habían dejado en la puerta de su casa. Era de un cuadro y estaría dispuesto a jugarse cualquier cosa a que se trataba de una obra de la época que Miguel acababa de decir. “¿Casualidad?, no lo creo”, pensaba Rubén para sí. Entonces se fijó en la cara de Miguel y en la herida que le atravesaba todo el rostro de arriba a abajo. Había algo en su cara que recordaba haber visto antes, pero no estaba seguro. “De una cara así me acordaría...”, pensó. De pronto se fijo en su boca. “Esa mueca en los labios. Esos dientes. ¡Sí! Los he visto antes, pero ¿dónde? ¿cuándo?”. De repente le vino la imagen. En la cena de Nochevieja. Miguel estaba sentado en una de las mesas. Era el hombre serio e impasible que apenas había sonreído en toda la noche, el que tenía un diente desportillado. A Rubén se le agolpaban las preguntas en la cabeza.

Cuando volvió de nuevo a la realidad, el inspector Castilla se había levantado de la silla y caminaba con paso firme hacia Miguel. A escasos centímetros de su cara se detuvo.

─Imagino que no nos ocultas nada, ¿verdad? ─le dijo con los ojos entrecerrados.
─Claro que no, inspector ─contestó Miguel con seguridad.
─Bien, pues ya puedes marcharte ─dijo sin dejar de mirarlo a los ojos─. Y si recuerdas algo que consideres que puede ser importante, no dudes en ponerte en contacto con nosotros.

Miguel asintió y se encaminó hacia la puerta.

─¡Ah! ¡Una última cosa! ─exclamó el inspector. Miguel, que ya estaba con la puerta abierta y a punto de salir, se giró─. Ya sé que es una cuestión personal, pero ¿podría decirme cómo se ha hecho usted esa herida tan fea en la cara? ¿Ha tenido un percance doméstico? ¿algún desafortunado accidente?
─Tiene usted toda la razón señor inspector ─dijo Miguel con un extraño brillo en los ojos.
─¿En lo del accidente? ─el inspector Castilla arqueó las cejas.
─No, en que es una cuestión personal ─dijo con una amplia sonrisa, y seguidamente abandonó la estancia cerrando la puerta a su espalda.


El silencio a Rubén le pareció eterno. Esa última frase de Miguel al marcharse los había dejado a los tres sin palabras y la tensión se respiraba en el ambiente.

─¡Vaya vaya con Miguel! ─exclamó Bonilla intentando quitarle hierro al asunto─. Parece un chico listo. Y yo diría que sabe mucho más de lo que nos ha dicho.
─Una cosa es ser listo y otra muy distinta hacérselo ─dijo el inspector visiblemente enfadado. Rubén había coincidido pocas veces con el inspector Castilla pero no había tardado en comprender que era una de esas personas capaces de imponer respeto sin levantar ni un ápice la voz─. ¡Y claro que sabe más de lo que dice! ─bramó─. Este chico esconde algo y vamos a averiguarlo.
─Rubén y yo registraremos su cuarto ─dispuso Bonilla con entusiasmo.
─No, Bonilla. Haremos algo mucho mejor ─la voz del inspector era casi un susurro─. Investigaremos desde dentro.
─¿Cómo? ─Bonilla no alcanzaba a entender─ ¿desde dentro? ¿pero...?
─Sí, eso he dicho Bonilla. ¿Acaso no hablo tu idioma? ─miró a Rubén─. ¡Chico! ¡Enhorabuena! Acaban de aceptar tu traslado de expediente a la Facultad de Historia del Arte de la Universidad de Murcia. Y claro, al venir de fuera, también necesitarás un alojamiento... ¿Te gusta esta residencia? Tengo entendido que es muy prestigiosa entre los estudiantes universitarios ─La cara de Rubén era un poema. La de Bonilla, la antología completa de Bécquer─. ¡Pues no se hable más! Ve a casa a por tus cosas. Desde ahora eres un inquilino más del Colegio Mayor Azarbe.

─Pero señor ─terció Bonilla señalando a la puerta por donde había salido Miguel─, el chico este acaba de verle. Ya sabe que es policía. ¿Cómo hará Rubén para investigarle sin que lo descubra?
─Con mucha discreción. Esto es muy grande, aquí hay cientos de alumnos. Y en la universidad ya ni te cuento ─contestó el inspector con aire despreocupado.

Bonilla no quedó muy convencido con la explicación pero ni se le pasó por la cabeza la idea de rebatirle el argumento al inspector Castilla.

─Al final no iba yo tan desencaminado cuando te he dicho por teléfono que cogieras la mochila, ¡eh! ─le dijo a Rubén con sorna.
─Pero... ─Rubén se giro hacia el inspector─, ¿y la directora del colegio? ─balbuceó.
─¿Yolanda? No te preocupes por eso chico. Yo me encargo de ella ─dijo sonriendo con la mirada fija en el horizonte.



Una vez dentro, Miguel cerró la puerta de su cuarto dando un sonoro portazo. Se dirigió con el corazón desvocado a la pila de ropa que había en el suelo y buscó el bulto oscuro que había debajo. Una vez que sus dedos entraron en contacto con el paquete, se sintió aliviado. Se preguntaba dónde podría esconderlo en aquel cuarto que apenas tenía un armario, un escritorio y su cama. Además del baño, pues su cuarto era de los pocos de la residencia que disponían de baño propio. Pero el baño tampoco era una opción viable. Finalmente fue hacia la cama, se agachó y sacó de debajo de ésta una caja de plástico que tenía con mantas, y allí lo metió ocultándolo lo mejor que pudo. Se sentó en la cama y respiró hondo.

─¿Puedo salir ya?

Miguel dio un bote en la cama y se giró bruscamente al oír la voz. Entonces se acordó. En el umbral de la puerta del baño se encontraba Eva; una chica morena que vestía una camisa blanca y una falda de color azul oscuro que le llegaba por las rodillas. Tenía el pelo largo y rizado, mediría 1’70 y era de complexión delgada.

─¡Qué susto me has dado Eva! ─dijo Miguel recuperando la voz─. ¿Aún sigues ahí? Ya no me acordaba.
─Ya veo, ya. Escuché antes la voz de la directora cuando llamó a la puerta y no me he atrevido a salir antes. Si me pilla aquí otra vez me van a expulsar. He preferido esperar a que volvieras. Menos mal que ya estás aquí porque no sabía cuánto ibas a tardar. ¿Pasa algo?
─Nada serio, unas gestiones sin importancia. No hay de qué preocuparse.
─Me alegro entonces ─dijo sonriendo mientras se acercaba lentamente hacia él. Se paró justo delante suya. Él seguía sentado en la cama─. ¿Por dónde nos habíamos quedado esta mañana? ─le preguntó con voz suave y una mirada pícara en la cara.
─Que yo recuerde ya habíamos terminado, ¿no? ─contestó Miguel que veía venir las intenciones de Eva. Ahora no era el momento de eso.
─Ah no, no. De eso nada. Aún falta algo ─dijo en el mismo tono de voz y se soltó un botón de la camisa a la altura del pecho. Eva no tenía el busto excesivamente grande pero aún así la tela de la camisa cedió al liberar la presión contenida por el botón y dejó entrever el sujetador negro que llevaba. Se agachó y le puso la mano en la entrepierna.
─Eva, estoy cansado. Apenas he dormido. Necesito descansar.
─Tranquilízate, si esto te va a relajar ─dijo mientras comenzaba a bajar la cremallera del pantalón de Miguel e introducía la mano en sus calzoncillos. Sacó un miembro flácido, de color oscuro y bastante grueso, a pesar de estar en reposo.
─Eva para... ─las objeciones de Miguel cada vez eran menos convincentes.

Entonces ella acercó la cara y se introdujo el miembro en la boca. Lo tenía dentro en su totalidad. Él notaba perfectamente la lengua de Eva oprimiéndolo contra el paladar. Un cosquilleo de placer invadió el cuerpo de Miguel que definitivamente se dejó llevar.

Poco a poco Eva sentía cómo el miembro se iba endureciendo y aumentaba de tamaño, lo que le impedía contenerlo entero en la boca. Entonces desabrochó el botón del pantalón de Miguel y le bajó los pantalones hasta los tobillos dejándolo completamente desnudo de cintura para abajo. Cogió con una mano el grueso falo, que ya estaba duro como una piedra, y comenzó a masturbarlo lentamente, mientras con la otra mano agarraba con suavidad las dos grandes formas ovaladas que colgaban de él. Miguel alargó los brazos y de un tirón le desabrochó la camisa a Eva y le subió el sujetador dejando libres sus pechos firmes y redondos. Tenía las areolas grandes y oscuras con los pezones totalmente erectos. Le agarró ambos pechos con las manos y comenzó a pellizcar suavemente los pezones.

Ella chupaba el glande de Miguel mientras le miraba a los ojos y éste no podía reprimir unos tímidos gemidos. Después se introdujo el falo en la boca hasta donde pudo. Hacía esfuerzos por metérselo todo, pero le era imposible. Su saliva resbalaba desde sus labios hasta la base del miembro confiriéndole un brillo húmedo. La habitación se llenó de extraños ruidos guturales. Miguel agarró a Eva del pelo y comenzó a guiarla en sus movimientos de cabeza; arriba y abajo, arriba y abajo. El falo entraba y salía de su boca a un ritmo frenético.

Eva sólo paró de moverse cuando notó el primer disparo caliente en su garganta. Entonces, sin sacárselo de la boca, se limitó a acariciar el miembro con la lengua y a recibir el resto. Miguel, extasiado de placer, la agarraba fuertemente de los hombros mientras inundaba su boca con su semen. La descarga fue descomunal y el orgasmo dejó a Miguel completamente rendido.

Minutos después estaban ambos tumbados en la cama, ella recostada sobre él.

─¿Te ha gustado? ─le preguntó Eva al oído mientras acariciaba su cuello.
─Siempre me gusta, pero hoy ha sido inmejorable.
─Siempre se puede mejorar ─dijo con su típica sonrisa pícara─. Descansa. Y cuídate esa herida que sigue teniendo muy mala pinta.
─Te preocupas demasiado por mí, Eva.
─¿Para qué están los amigos?
─Amigos... ─dijo Miguel suspirando levemente.
─Amigos, sí. Lo tienes presente, ¿verdad? ─preguntó Eva.
─Sí, no te preocupes. No me voy a enamorar de tí. ─dijo con desdén─. Aunque lo cierto es que me lo pones difícil ─ la miró sonriendo.
─¡Qué fuerte! ¿Te enamorarías de mí sólo por chupártela? ─dijo Eva con incredulidad.
─No sólo por eso Eva, por cómo me tratas en general. Pero no vamos a negar que el sexo es una parte importante de una relación y tú y yo conectamos muy bien en eso.
─Sí..., mirándolo así... ─dijo ya más calmada─. ¿Y por qué otras cosas, aparte del sexo, te podrías enamorar de mí? ─su voz dejó entrever un atisbo de inseguridad.
─¿Y qué más te da? Si sólo somos amigos ─contestó Miguel al tiempo que se daba la vuelta hacia la pared y se acomodaba para dormir.
─¡Pues eso digo yo! Sólo era curiosidad... ─zanjó Eva.

No habían pasado ni cinco minutos cuando la respiración pausada de Miguel le indicó a Eva que éste se había quedado profúndamente dormido. Se levantó lentamente de la cama y se puso su camisa que estaba en el suelo. Sin quitar ojo de Miguel se agachó y sacó de debajo de la cama la caja de plástico con las mantas intentando hacer el menor ruido posible. Extrajo el paquete que Miguel había guardado antes mientras ella lo observaba agazapada trás la puerta del baño, y dejó de nuevo la caja donde estaba.

Silenciosa como un gato en la noche, se deslizó por el cuarto hasta la puerta y salió de la habitación con su mochila, de color rojo, colgada a su espalda sobre ambos hombros. Y con el misterioso paquete contenido en su interior.

domingo, 12 de febrero de 2012

CApítulo 7: "El último y el primero: rincón para el sol más grande, sepultura de esta vida donde tus ojos no caben." Miguel Hernandez


Las luces del amanecer se filtraban por las pequeñas rendijas que dejaba la persiana, el tono lúgubre hizo que Miguel pensara que estaba nublando. En las penumbras de la habitación que dibujaba la tibia luz, se podían reconocer una mesa larga y ancha repleta de bultos, que bien podrían ser libros y hojas de papel. En el suelo la ropa formaba una montaña escarpada e insegura, que parecía estar a punto de derrumbarse.

Miguel tumbado sobre la cama miraba al techo en el que se dibujaban líneas boreales de colores azulados, fruto de la luz intrusa. Tenía los ojos abiertos como platos, llevaba durmiendo mal desde el día que hablo con la enfermera de urgencias del Morales Meseguer, no lo había llamado y temía que lo hubiera tomado por un loco o que le hubiera pasado algo peor.

“Se lo avise, se lo avise y no me ha hecho caso”. Susurraba en la habitación. De repente alguien llamó a la puerta.

-Miguel, abre la puerta- la voz le era familiar al joven, era la Directora del colegio Mayor Azarbe, Yolanda Aguirre- La policía quiere hablar contigo.

Como un resorte Miguel se levanto de la cama y se dirigió a un bulto que parecía absorber la misma oscuridad, un paquete tan negro, que el mismo vacío no podía disputarle el color. Lo cogió y lo escondió bajo el montón de ropa que se derrumbo sin hacer ruido.

El corazón le latía a cien por hora, respiro hondo y pensó que no tenía nada que ocultar, mientras abría la ruidosa persiana de la ventana que daba al patio interior del Edificio. Por mas que respiró el corazón no dejo de latirle desbocado y los golpes repetitivos de la Directora en la puerta, le hacían un flaco favor.

- Miguel, ¿estás ahí?, abre la puerta, de una vez- la voz de la irascible Yolanda parecía un arañazo en la madera conglomerada de la puerta de color verde.

-Ya voy, ya voy- Hablar parecía haberle tranquilizado.

Miro el bulto de ropa antes de abrir la puerta y el corazón se le disparo de nuevo. Respiró profundamente cerro los ojos y los segundos parecieron ralentizarse, hasta que finalmente el chirrido de las oxidadas bisagras inundo sus oídos.

- Hola, buenos días- dijo Miguel.

- Buenos, días, que estabas haciendo, Miguel. No tendrás otra vez escondida una chica ahí dentro- Inquirió la Directora, asomando la cabeza en la habitación.

- No, se lo prometo- contestó Miguel dibujando una extraña sonrisa en su rostro.

- Bueno, acompáñame, están esperándote en el despacho.

Las escaleras le parecieron infinitas, mientras bajaba a administración, intentaba contener su desbocado corazón y parecer el tio mas normal del mundo, pero eso y bajar las escaleras intentando mantener una conversación insulsa con Yolanda, era todo un reto.
Al abrir la puerta del despacho, Miguel vio a tres hombre, uno vestido con vaqueros y americana y dos vestidos de uniforme. Los tres permanecían de pie con los brazos cruzados detrás de la espalda.

- Ya estamos aquí- Las palabras hicieron que los tres hombres se giraran.

- ¡Ah! Muy buenas, gracias por ser tan rápida- Dijo el hombre vestido de calle, guiñándole un ojo a la directora cuarentona. Esta sonrió.

- Les dejo solos, tómense el tiempo que necesiten- El tono de la directora era cuanto menos sorprendente para Miguel, nunca había usado ese tono con nadie que el conociera.- Están en su casa.

“Va a tener corazón y todo la zorra esta”. Pensó Miguel. La puerta se cerro y el hombre de la americana se sentó, en la silla de la directora.

- Buenos días, Miguel, este es el sargento Jose Antonio Bonilla- Dijo señalando a un hombre de baja estatura y ancha complexión que a Miguel le pareció un barrilete-

>>El joven es Ruben- no debía de tener mas que un par de años más que el.

>>Y yo soy el inspector Castilla.- Dijo el hombre de porte adusto y actitud atlética, tenía los ojos grises y una barba recortada, totalmente cana.- Venimos a hablar de su profesor, D. Ismael Argumosa, nos han dicho que usted era su alumno interno y queríamos hacerle unas preguntas, sobre sus investigaciones.

- ¿Por qué no le preguntan a el?- Respondió el joven.

- Está muerto.- El tono seco y lineal del inspector Castillo, golpeó el corazón desbocado de Miguel, dejándolo sin aliento.

domingo, 5 de febrero de 2012

Capítulo 6: "Amor se llama el juego en el que un par de ciegos juegan a hacerse daño." Joaquín Sabina.


“De Tuin der Lusten”. Las palabras resonaban en su mente una y otra vez aunque no le decían nada por más que se esforzaba en analizarlas. Estaba casi seguro de que nunca las había escuchado o leído. Sin embargo con la imagen del cuadro le pasaba todo lo contrario. Lo había visto en innumerables ocasiones en las páginas de algún libro de arte o en alguna enciclopedia.

Fue a su cuarto y se sentó en la cama. Aún estaba algo aturdido por la horrible pesadilla que acababa de tener. Le había parecido todo tan real...

Entonces su vista se posó en la mesita que había junto a la cama. Concretamente en el último cajón de ésta. Llevaba cerca de cuatro años sin abrirlo. Ni si quiera cuando se marchó un tiempo fuera de Murcia, e hizo limpieza en la casa, fue capaz de abrirlo. Ahora, cuatro años después, pensó que ya era hora de cerrar definitivamente aquel episodio de su vida.

Al abrir el cajón salieron a su encuentro varias fotografías, tarjetas de esas que se regalan en ocasiones especiales, y varios sobres. En las fotos salía él con su exnovia Rocío en muy diversos lugares y situaciones. Rubén se sorprendió al notar que lo que sentía viéndolas ya no era aquel dolor insoportable que le atravesaba el alma que sintió cuando las estaba guardando hace cuatro años. Lo que sentía ahora era una sensación dificil de explicar. Una mezcla de nostalgia, cariño, e incluso algo de indiferencia. Resulta muy curioso como el tiempo lo acaba diluyendo todo.

Abrió uno de los sobres y extrajo la carta de su interior. Una leve sonrisa se le dibujó en la cara mientras leía aquellas frases que Rocío le escribía cuando apenas empezaba la relación. Era todo tan bonito, tan ilusionante, tan desenfrenado, tan... lejano. “Cómo cambian las cosas en apenas 3 años”, pensaba Rubén. “¿Cómo se pasa de ser ‘el amor de su vida’ a ‘necesito estar sóla’?”. El caso es que la relación se terminó una fría tarde de diciembre. Rocío lo dejó, y él cayó en una profunda depresión de la que le costó varios meses salir. Después de aquello, no había vuelto a verla.

Ahora todo había cambiado en su vida. Ahora era el momento de deshacerse de todo eso. Comenzó a romper las cartas y los sobres. Luego hizo lo mismo con las fotografías. Una a una, las fue rompienzo todas. Tres años de su vida quedaron sobre la cama hechos pedazos. Un mosaico de caras y cuerpos de papel cruelmente mutilados.

Quedaba una foto que no había visto. La cogió y vio que estaban él y Rocío sentados en una mesa de un pub llamado Refugio, un sitio muy frecuentado por universitarios. A simple vista era una foto más, como tantas que acababa de romper, pero en esta vio algo que le hizo dar un brinco. En la parte derecha, detrás de la barra, había una camarera rubia que Rubén reconoció de inmediato. Era ‘ella’. La chica de la fiesta de Nochevieja.

Intentó deducir de cuándo sería esa foto y llegó a la conclusión de que tendría que ser sobre el año 2006. Seis años era demasiado tiempo para que la chica siguiese trabajando allí. Pero al menos era una pista para comenzar su búsqueda.
Estaba Rubén sumido en estos pensamientos cuando sonó el teléfono móvil y le hizo volver al presente. Era Bonilla.

─Dime.
─Rubén, prepárate que paso a por ti en 20 minutos.
─¿Qué ha pasado?
─Una muerte misteriosa. ¿Qué tal se te daban los estudios?
─¿Qué? ¿De qué me hablas?
─Ponte guapo y coge tu mochila chaval, ¡volvemos a la universidad!