domingo, 12 de febrero de 2012

CApítulo 7: "El último y el primero: rincón para el sol más grande, sepultura de esta vida donde tus ojos no caben." Miguel Hernandez


Las luces del amanecer se filtraban por las pequeñas rendijas que dejaba la persiana, el tono lúgubre hizo que Miguel pensara que estaba nublando. En las penumbras de la habitación que dibujaba la tibia luz, se podían reconocer una mesa larga y ancha repleta de bultos, que bien podrían ser libros y hojas de papel. En el suelo la ropa formaba una montaña escarpada e insegura, que parecía estar a punto de derrumbarse.

Miguel tumbado sobre la cama miraba al techo en el que se dibujaban líneas boreales de colores azulados, fruto de la luz intrusa. Tenía los ojos abiertos como platos, llevaba durmiendo mal desde el día que hablo con la enfermera de urgencias del Morales Meseguer, no lo había llamado y temía que lo hubiera tomado por un loco o que le hubiera pasado algo peor.

“Se lo avise, se lo avise y no me ha hecho caso”. Susurraba en la habitación. De repente alguien llamó a la puerta.

-Miguel, abre la puerta- la voz le era familiar al joven, era la Directora del colegio Mayor Azarbe, Yolanda Aguirre- La policía quiere hablar contigo.

Como un resorte Miguel se levanto de la cama y se dirigió a un bulto que parecía absorber la misma oscuridad, un paquete tan negro, que el mismo vacío no podía disputarle el color. Lo cogió y lo escondió bajo el montón de ropa que se derrumbo sin hacer ruido.

El corazón le latía a cien por hora, respiro hondo y pensó que no tenía nada que ocultar, mientras abría la ruidosa persiana de la ventana que daba al patio interior del Edificio. Por mas que respiró el corazón no dejo de latirle desbocado y los golpes repetitivos de la Directora en la puerta, le hacían un flaco favor.

- Miguel, ¿estás ahí?, abre la puerta, de una vez- la voz de la irascible Yolanda parecía un arañazo en la madera conglomerada de la puerta de color verde.

-Ya voy, ya voy- Hablar parecía haberle tranquilizado.

Miro el bulto de ropa antes de abrir la puerta y el corazón se le disparo de nuevo. Respiró profundamente cerro los ojos y los segundos parecieron ralentizarse, hasta que finalmente el chirrido de las oxidadas bisagras inundo sus oídos.

- Hola, buenos días- dijo Miguel.

- Buenos, días, que estabas haciendo, Miguel. No tendrás otra vez escondida una chica ahí dentro- Inquirió la Directora, asomando la cabeza en la habitación.

- No, se lo prometo- contestó Miguel dibujando una extraña sonrisa en su rostro.

- Bueno, acompáñame, están esperándote en el despacho.

Las escaleras le parecieron infinitas, mientras bajaba a administración, intentaba contener su desbocado corazón y parecer el tio mas normal del mundo, pero eso y bajar las escaleras intentando mantener una conversación insulsa con Yolanda, era todo un reto.
Al abrir la puerta del despacho, Miguel vio a tres hombre, uno vestido con vaqueros y americana y dos vestidos de uniforme. Los tres permanecían de pie con los brazos cruzados detrás de la espalda.

- Ya estamos aquí- Las palabras hicieron que los tres hombres se giraran.

- ¡Ah! Muy buenas, gracias por ser tan rápida- Dijo el hombre vestido de calle, guiñándole un ojo a la directora cuarentona. Esta sonrió.

- Les dejo solos, tómense el tiempo que necesiten- El tono de la directora era cuanto menos sorprendente para Miguel, nunca había usado ese tono con nadie que el conociera.- Están en su casa.

“Va a tener corazón y todo la zorra esta”. Pensó Miguel. La puerta se cerro y el hombre de la americana se sentó, en la silla de la directora.

- Buenos días, Miguel, este es el sargento Jose Antonio Bonilla- Dijo señalando a un hombre de baja estatura y ancha complexión que a Miguel le pareció un barrilete-

>>El joven es Ruben- no debía de tener mas que un par de años más que el.

>>Y yo soy el inspector Castilla.- Dijo el hombre de porte adusto y actitud atlética, tenía los ojos grises y una barba recortada, totalmente cana.- Venimos a hablar de su profesor, D. Ismael Argumosa, nos han dicho que usted era su alumno interno y queríamos hacerle unas preguntas, sobre sus investigaciones.

- ¿Por qué no le preguntan a el?- Respondió el joven.

- Está muerto.- El tono seco y lineal del inspector Castillo, golpeó el corazón desbocado de Miguel, dejándolo sin aliento.

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