Las luces del amanecer se filtraban por las pequeñas
rendijas que dejaba la persiana, el tono lúgubre hizo que Miguel pensara que
estaba nublando. En las penumbras de la habitación que dibujaba la tibia luz,
se podían reconocer una mesa larga y ancha repleta de bultos, que bien podrían
ser libros y hojas de papel. En el suelo la ropa formaba una montaña escarpada
e insegura, que parecía estar a punto de derrumbarse.
Miguel tumbado sobre la cama miraba al techo en el que se
dibujaban líneas boreales de colores azulados, fruto de la luz intrusa. Tenía
los ojos abiertos como platos, llevaba durmiendo mal desde el día que hablo con
la enfermera de urgencias del Morales Meseguer, no lo había llamado y temía que
lo hubiera tomado por un loco o que le hubiera pasado algo peor.
“Se lo avise, se lo avise y no me ha hecho caso”. Susurraba
en la habitación. De repente alguien llamó a la puerta.
-Miguel, abre la puerta- la voz le era familiar al joven,
era la Directora
del colegio Mayor Azarbe, Yolanda Aguirre- La policía quiere hablar contigo.
Como un resorte Miguel se levanto de la cama y se dirigió a
un bulto que parecía absorber la misma oscuridad, un paquete tan negro, que el
mismo vacío no podía disputarle el color. Lo cogió y lo escondió bajo el montón
de ropa que se derrumbo sin hacer ruido.
El corazón le latía a cien por hora, respiro hondo y pensó
que no tenía nada que ocultar, mientras abría la ruidosa persiana de la ventana
que daba al patio interior del Edificio. Por mas que respiró el corazón no dejo
de latirle desbocado y los golpes repetitivos de la Directora en la puerta,
le hacían un flaco favor.
- Miguel, ¿estás ahí?, abre la puerta, de una vez- la voz de
la irascible Yolanda parecía un arañazo en la madera conglomerada de la puerta
de color verde.
-Ya voy, ya voy- Hablar parecía haberle tranquilizado.
Miro el bulto de ropa antes de abrir la puerta y el corazón
se le disparo de nuevo. Respiró profundamente cerro los ojos y los segundos
parecieron ralentizarse, hasta que finalmente el chirrido de las oxidadas
bisagras inundo sus oídos.
- Hola, buenos días- dijo Miguel.
- Buenos, días, que estabas haciendo, Miguel. No tendrás
otra vez escondida una chica ahí dentro- Inquirió la Directora , asomando la
cabeza en la habitación.
- No, se lo prometo- contestó Miguel dibujando una extraña
sonrisa en su rostro.
- Bueno, acompáñame, están esperándote en el despacho.
Las escaleras le parecieron infinitas, mientras bajaba a
administración, intentaba contener su desbocado corazón y parecer el tio mas
normal del mundo, pero eso y bajar las escaleras intentando mantener una
conversación insulsa con Yolanda, era todo un reto.
Al abrir la puerta del despacho, Miguel vio a tres hombre,
uno vestido con vaqueros y americana y dos vestidos de uniforme. Los tres
permanecían de pie con los brazos cruzados detrás de la espalda.
- Ya estamos aquí- Las palabras hicieron que los tres
hombres se giraran.
- ¡Ah! Muy buenas, gracias por ser tan rápida- Dijo el
hombre vestido de calle, guiñándole un ojo a la directora cuarentona. Esta
sonrió.
- Les dejo solos, tómense el tiempo que necesiten- El tono
de la directora era cuanto menos sorprendente para Miguel, nunca había usado
ese tono con nadie que el conociera.- Están en su casa.
“Va a tener corazón y todo la zorra esta”. Pensó Miguel. La
puerta se cerro y el hombre de la americana se sentó, en la silla de la
directora.
- Buenos días, Miguel, este es el sargento Jose Antonio
Bonilla- Dijo señalando a un hombre de baja estatura y ancha complexión que a
Miguel le pareció un barrilete-
>>El joven es Ruben- no debía de tener mas que un par
de años más que el.
>>Y yo soy el inspector Castilla.- Dijo el hombre de
porte adusto y actitud atlética, tenía los ojos grises y una barba recortada,
totalmente cana.- Venimos a hablar de su profesor, D. Ismael Argumosa, nos han
dicho que usted era su alumno interno y queríamos hacerle unas preguntas, sobre
sus investigaciones.
- ¿Por qué no le preguntan a el?- Respondió el joven.
- Está muerto.- El tono seco y lineal del inspector
Castillo, golpeó el corazón desbocado de Miguel, dejándolo sin aliento.
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