“Silencio, Silencio…” eran las palabras que se repetía mentalmente Rubén y silencio es lo que había en el oscuro hall sin ventanas del primer piso de aquel antiguo edificio. Silencio es lo que retumbaba en los pisos superiores, silencio es lo que se colaba desde la entrada del Edificio.
El horrible silencio que le delataría si no conseguía contralar la frenética respiración, un silencio que le devoraba y le sumergía en una aterradora oscuridad. Rubén comenzó a asustarse ya que todo era silencio, un silencio tan intenso que parecía desmenuzarle, hacerle añicos. Y de repente….
Y de repente un grito atronador que retumbo en las cuatro paredes de su cuarto. Rubén se había incorporado de golpe, tras despertar de la pesadilla y se encontró enredado con la sabana y el nórdico de su cama, Rubén, estaba empapado en sudor, un sudor frío que le hizo estremecerse. La sabana del colchón se había enredado en su tobillo y lo tenía dormido, al soltarlo, noto como el torrente de sangre inundaba de nuevo su extremidad.
Tenía la boca seca y totalmente pastosa, le dolía la garganta y decidió levantarse para tomar un vaso de agua. Al posar la planta descalza del pie en el suelo, tubo la sensación de que miles de agujas se le clavaban.
Tras tropezar con la gran mayoría de los muebles de la habitación dio con el interruptor de la luz y la puerta del pasillo. El uniforme de trabajo estaba bien doblado sobre un sillón de cuadros rojos y amarillos, los zapatos de punta redondeada manchados de barro a los pies de este.
Sobre la mesilla una tarjeta junto a la pistola enfundada y la radio-despertador que marcaba las cuatro de la mañana. Aún le quedaban cuatro horas para tener que despertarse.
- ¡Joder!, puta pesadilla.- susurro mientras cruzaba cojeando el pequeño pasillo, para llegar al baño.
Encendió la luz del baño, se enjuago un poco la cara y se miro al espejo.
-Estas hecho una mierda, chaval- La sombra incipiente de unas ojeras asomaba bajo sus ojos claros, tenía los parpados hinchados por el sueño y casi no podía abrir los ojos. El aliento le olía a muerte, quizás por la mala alimentación o por la costumbre de lavarse los dientes solo por la mañana al despertarse.
Formó un cuenco con las manos y dejo que el agua rebosara, bebió un par de sorbos, mojo otra vez mas su cara y volvió a la habitación.
Cuando estaba llegando a la puerta de su cuarto, una extraña sensación le hizo girarse, esa sensación que se traduce en una especie de escalofrío. Algo no parecía estar bien.
¡TOC!!TOC!, alguien llamaba a la puerta. Rubén corrió hacia la mesilla y sacó la pistola de su funda. Se dirigió cautelosamente, sin encender la luz, hacia la puerta de la calle, miró por la mirilla, la escalera estaba a oscuras no se veía nada al otro lado.
Aguanto la respiración, y solo consiguió oír el continuo bombeo de su corazón, todo lo demás era silencio… frío y espeluznante. Tras unos segundos que le parecieron horas, decidió abrir la puerta, encendió la luz del recibidor y se encontró con la escalera totalmente vacía. No había nadie, pero si había algo.
Junto al marco de la puerta descansaba una postal, la imagen era la foto de un cuadro que le resulto familiar a Rubén, al girar la postal encontró escrito en letra cursiva y estilizada.
“De tuin der lusten”
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La habitación estaba unicamente iluminada, por un potente flexo de latón cobrizo. Sobre la mesa de madera de cedro, descansaban pilas de papeles amontonados, libros entreabiertos, una pluma y unas gafas de pasta fina, cristal grueso y patillas torcidas. Un hombre anciano, caminaba encorvado por la habitación con la mirada fija en el cuadro sustentado por el caballete de madera oscura.
Susurraba algo entre dientes, como la canción que aprendemos de niños para memorizar la tabla de multiplicar, el hombre parecía recitar algo que había memorizado. De golpe el hombre paro y ceso su recital, se encontraba frente al cuadro con los ojos abiertos como platos.
En cuestión de segundos lanzo su mano derecha al lado izquierdo del pecho. El dolor era atroz, como si le estuvieran dando una puñalada. Tomo una profunda bocanada de aire y el miedo transformo, se quedo blanco como el papel que se amontonaba en su mesa de madera de cedro.
Se acerco cogió el bolígrafo he intento escribir algo en su mano. En cuestión de segundos el anciano yacía muerto sobre el suelo de madera. Su rostro era la misma imagen del terror: ojos muy abiertos, cejas arqueadas, boca entreabierta, cuello tenso… En la mano derecha una pluma de calidad. En la muñeca izquierda un reloj que marcaba las cuatro y media de la madrugada y en la palma de esta misma mano, escrita con tinta azul, una ”m” de caligrafía medieval junto a un garabato ilegible, no pudo terminar de escribir, la muerte le reclamo antes.
El horrible silencio que le delataría si no conseguía contralar la frenética respiración, un silencio que le devoraba y le sumergía en una aterradora oscuridad. Rubén comenzó a asustarse ya que todo era silencio, un silencio tan intenso que parecía desmenuzarle, hacerle añicos. Y de repente….
Y de repente un grito atronador que retumbo en las cuatro paredes de su cuarto. Rubén se había incorporado de golpe, tras despertar de la pesadilla y se encontró enredado con la sabana y el nórdico de su cama, Rubén, estaba empapado en sudor, un sudor frío que le hizo estremecerse. La sabana del colchón se había enredado en su tobillo y lo tenía dormido, al soltarlo, noto como el torrente de sangre inundaba de nuevo su extremidad.
Tenía la boca seca y totalmente pastosa, le dolía la garganta y decidió levantarse para tomar un vaso de agua. Al posar la planta descalza del pie en el suelo, tubo la sensación de que miles de agujas se le clavaban.
Tras tropezar con la gran mayoría de los muebles de la habitación dio con el interruptor de la luz y la puerta del pasillo. El uniforme de trabajo estaba bien doblado sobre un sillón de cuadros rojos y amarillos, los zapatos de punta redondeada manchados de barro a los pies de este.
Sobre la mesilla una tarjeta junto a la pistola enfundada y la radio-despertador que marcaba las cuatro de la mañana. Aún le quedaban cuatro horas para tener que despertarse.
- ¡Joder!, puta pesadilla.- susurro mientras cruzaba cojeando el pequeño pasillo, para llegar al baño.
Encendió la luz del baño, se enjuago un poco la cara y se miro al espejo.
-Estas hecho una mierda, chaval- La sombra incipiente de unas ojeras asomaba bajo sus ojos claros, tenía los parpados hinchados por el sueño y casi no podía abrir los ojos. El aliento le olía a muerte, quizás por la mala alimentación o por la costumbre de lavarse los dientes solo por la mañana al despertarse.
Formó un cuenco con las manos y dejo que el agua rebosara, bebió un par de sorbos, mojo otra vez mas su cara y volvió a la habitación.
Cuando estaba llegando a la puerta de su cuarto, una extraña sensación le hizo girarse, esa sensación que se traduce en una especie de escalofrío. Algo no parecía estar bien.
¡TOC!!TOC!, alguien llamaba a la puerta. Rubén corrió hacia la mesilla y sacó la pistola de su funda. Se dirigió cautelosamente, sin encender la luz, hacia la puerta de la calle, miró por la mirilla, la escalera estaba a oscuras no se veía nada al otro lado.
Aguanto la respiración, y solo consiguió oír el continuo bombeo de su corazón, todo lo demás era silencio… frío y espeluznante. Tras unos segundos que le parecieron horas, decidió abrir la puerta, encendió la luz del recibidor y se encontró con la escalera totalmente vacía. No había nadie, pero si había algo.
Junto al marco de la puerta descansaba una postal, la imagen era la foto de un cuadro que le resulto familiar a Rubén, al girar la postal encontró escrito en letra cursiva y estilizada.
“De tuin der lusten”
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La habitación estaba unicamente iluminada, por un potente flexo de latón cobrizo. Sobre la mesa de madera de cedro, descansaban pilas de papeles amontonados, libros entreabiertos, una pluma y unas gafas de pasta fina, cristal grueso y patillas torcidas. Un hombre anciano, caminaba encorvado por la habitación con la mirada fija en el cuadro sustentado por el caballete de madera oscura.
Susurraba algo entre dientes, como la canción que aprendemos de niños para memorizar la tabla de multiplicar, el hombre parecía recitar algo que había memorizado. De golpe el hombre paro y ceso su recital, se encontraba frente al cuadro con los ojos abiertos como platos.
En cuestión de segundos lanzo su mano derecha al lado izquierdo del pecho. El dolor era atroz, como si le estuvieran dando una puñalada. Tomo una profunda bocanada de aire y el miedo transformo, se quedo blanco como el papel que se amontonaba en su mesa de madera de cedro.
Se acerco cogió el bolígrafo he intento escribir algo en su mano. En cuestión de segundos el anciano yacía muerto sobre el suelo de madera. Su rostro era la misma imagen del terror: ojos muy abiertos, cejas arqueadas, boca entreabierta, cuello tenso… En la mano derecha una pluma de calidad. En la muñeca izquierda un reloj que marcaba las cuatro y media de la madrugada y en la palma de esta misma mano, escrita con tinta azul, una ”m” de caligrafía medieval junto a un garabato ilegible, no pudo terminar de escribir, la muerte le reclamo antes.