domingo, 22 de enero de 2012

Capítulo 4: "Esos pedacitos de sueño, cómo los odio." Edgar Allan poe


Había bastante gente en esa plaza, una de las más concurridas de la ciudad. Él caminaba a paso ligero sorteando a las personas que se interponían ante su paso. Estaba ensimismado en sus pensamientos y andaba llevado por una inercia inconsciente. De pronto notó un fuerte tirón en la parte de atrás de su chaqueta.

─ ¡Eh señor! ¡Una monedita! ─la voz chillona se impuso al murmullo del gentío. Se giró y la cara de una mujer mayor de aspecto descuidado aparerció ante él. Tenía el pelo sucio y el rostro surcado de arrugas. Su boca dejaba entrever unos dientes amarillos alternados con huecos vacíos.
Él hizo ademán de continuar su camino pero la mujer tiró más fuerte de su chaqueta.

─ ¡Señor! ¿No me oye? ¡Una moneda por favor! ─insistió al tiempo que agitaba un bote metálico que tenía en las manos haciendo sonar las monedas de su interior.

Miguel Bayo se giró bruscamente hacia ella y la miró fijamente a los ojos. Bastaron apenas cinco segundos. El semblante de la mendiga se tornó en una expresión de miedo. Presa del pánico dio media vuelta y salió corriendo como alma que lleva el Diablo.

Caminaba junto a la valla metálica que bordeaba las ruinas de San Esteban, contemplándolas. Era un enorme recinto con restos de lo que un día fue un barrio de la Murcia musulmana. Aún se podían ver los muros separando las calles de las viviendas. Había sido descubierto hace un par de años cuando se disponían a construir un parking público y la presión social había conseguido paralizar las obras. Ahora se encontraba ahí, vallado y a la intemperie. Completamente descuidado y sin que nadie supiera qué hacer exactamente con ello.

Al llegar al final de la calle, giró a su derecha y continuó pegado a la valla hasta llegar a la fachada de la Iglesia de San Esteban. Una vez allí, sacó un papel del bolsillo del pantalón y trás echarle una ojeada comenzó a examinar la zona con detenimiento. Al cabo de un rato, encontró lo que buscaba. Entre los muros de la iglesia y la valla, había una tabla de madera apoyada.

Después de asegurarse de que no pasaba nadie por la calle, se acercó silenciosamente a la tabla y la apartó dejando libre una abertura allí donde terminaba la valla y comenzaba la piedra del muro. Se introdujo en el hueco y, sin dejar de mirar el papel que tenía en las manos, comenzó a descender hacia las ruinas por unas escaleras de piedra desgastada.

Caminaba entre las ruinas intentando ocultarse de los primeros rayos del sol de la mañana. Al llegar a un punto concreto en el interior de lo que parecían ser los restos de un palacete, se agachó y comenzó a excavar con las manos en la fría arena. Pronto notó que sus dedos se topaban con algo y se esmeró en excavar más deprisa. Apartaba la arena como si le fuera la vida en ello.

Sus ojos se abrieron de par en par y sus labios mostraron una amplia sonrisa de satisfacción cuando apareció ante él, semi-enterrado aún entre la arena, aquello que tanto tiempo llevaba buscando.



Rubén miró su reloj y vio que marcaba la una y cinco. Salió del coche y cruzó la calle. Era apenas una sombra en mitad de la noche. No había podido quitarse de la cabeza en todo el día aquellos símbolos que había visto en la pared del cuarto de la chica asesinada. Sabía que lo que iba a hacer era una locura pero tenía que hacerlo.

Había estado a punto de contárselo todo a Bonilla, su tutor, pero finalmente el miedo a hacer el ridículo le hizo cambiar de idea. Bastante tenía ya con ser el novato como para dar ahora también una imágen de niño infantil y paranoico.

Llegó al portal del edificio y se encontró la puerta abierta. Eso le ponía las cosas más fáciles para entrar, pero aún así, por algún motivo irracional hubiera preferido que estuviese cerrada.

Sin encender la luz comenzó a subir las escaleras. A través de los ventanales se filtraba algo de luz del exterior. Escuchaba su propia respiración, y también  escuchaba el silencio. El silencio más inquietante que había escuchado nunca.
Una vez en el tercer piso, se encaminó a la puerta que aún tenía el precinto de la policía con las letras “PROHIBIDO EL PASO”. Una vez frente a ella, vio que ésta estaba entornada y miró por el hueco. No distinguió nada entre la densa oscuridad.

De repente una mano cayó fuertemente sobre su hombro derecho. Rubén se sobresaltó y se giró mientras se llevaba la mano a la pistola.

─ ¡Nno no dispare! ─era la voz de un chico joven, parecía asustado.
─ ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? ─preguntó Rubén apuntando al chico con el arma.
─ Mme me llamo Javi, vivo aquí. Acabo de llegar del pueblo de pasar la Navidad y me he encontrado con el piso precintado. Iba a entrar pero te he oído llegar y me he escondido. ¿Qué ha pasado aquí? ─el chico temblaba de forma violenta y no quitaba ojo de la pistola que le estaba apuntando.

Rubén bajó el arma.

─ Paula, tu compañera de piso, ha sido hallada muerta esta mañana ─era el tipo de cosas que Rubén sabía que jamás se acostumbraría a comunicar.
─ ¡¡¡¿Qué?!!! ¡¡¡Pero co... cómo?!!! ─el chico no daba crédito a lo que estaba escuchando. Tenía una mochila colgando de su hombro izquierdo.
─ Aún no está claro cómo ha sido, por eso he venido. ¿Era muy amiga tuya?
─ Bu... bueno sí, nos conocíamos desde hace año y medio. Estuvimos saliendo un par de meses pero lo dejamos y la relación se enfrió. Pero nos llevábamos bien, no teníamos más remedio si no queríamos que la convivencia fuese un infierno.

El chico, quizá por los nervios, le dio a Rubén más detalles de los que éste había pretendido obtener con una simple pregunta protocolaria.

─ Bueno, quédate aquí y tranquilízate. Yo voy a entrar a echar una ojeada.
─ ¿Puedo ir contigo? ─el chico agarró a Rubén del brazo─, no quiero quedarme aquí sólo.
─ Está bien. ¡Pero no te separes de mí y ni se te ocurra tocar nada!
─ Sí, claro.

Pasaron por debajo del precinto y se internaron en el oscuro pasillo. Al pasar por la puerta del salón, Rubén decidió entrar y examinar la zona.

─ Voy a dejar esto en mi cuarto ─murmuró Javi─, está aquí mismo ─señaló a la puerta que había enfrente.
─ Vale pero no enciendas las luces, se supone que aquí no puede entrar nadie. Y vuelve aquí enseguida.
─ No tardo nada.

Una vez sólo, Rubén examinó la estancia. Había una mesa grande con cuatro sillas. Sobre ella había un florero y un ordenador portátil. Un sofa, una mesilla, y un mueble bajo con una tele grande de las antiguas. Rubén se acercó al portátil y al mover el ratón se encenció la pantalla. La imagen de fondo era una fotografía en la que salía Paula con dos chicas más, una era morena y tenia el pelo largo y liso, y los ojos marrones. La otra era rubia, tenía el pelo algo más corto que la anterior y unos ojos verde claro. Las tres sonreían abiertamente mirando a cámara.

Rubén cerró la tapa del portátil y fue en busca de Javi. Sus ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad y podía moverse con cierta soltura. Salió del salón.

─ ¿Javi? ─susurró.

Se asomó a su cuarto pero allí no había nadie.

Entonces escuchón un sonido sordo seguido de un grito desgarrador. Rubén corrió hacia el final del pasillo. Cuando llegó al umbral de la puerta del cuarto de Paula, la encontró abierta de par en par. Había un bulto en mitad de la habitación que no alcanzaba a identificar. Pero lo que sí escuchaba perfectamente era un sonido gutural que le heló la sangre. Entonces vio el resplandor de unos ojos de color rojo que lo miraban fijamente.

Encendió la luz y la escena que presenció lo dejó paralizado. En mitad del cuarto, justo donde había estado el cadáver de la chica, había una criatura encorvada. Tenía la piel de un tono oscuro, la espalda cubierta de pelo y unas manos de dedos largos que terminaban en unas garras negras y afiladas. A sus pies el cuerpo de Javi, decapitado, con el abdomen abierto, dejaba asomar sus tripas. La criatura sostenía con las garras de la mano derecha, cogida de los pelos, la cabeza del chico que tenía la mandibula desencajada y los ojos abiertos, mientra con la otra mano se llevaba a la boca un amasijo de vísceras de color azul grisáceo y las desgarraba con sus dientes afilados.

Rubén comenzó a andar lentamente hacia atrás. Sin apartar la vista de aquel ser. Entonces la criatura se incorporó. No mediría más de metro sesenta. Emitió un rugido escalofriante y sus ojos rojos se encendieron de furia justo antes de lanzarse hacia él. Pero Rubén estuvo rápido de reflejos y al salir cerró de un golpe la puerta. El sonido que produjo la criatura al chocarse contra la madera fue atronador.

Rubén corría sin mirar atrás. La adrenalina inundaba su torrente sanguíneo. Bajaba los escalones de tres en tres. Cuando iba por el primer piso, resbaló y cayó chocándose contra la pared. Intentó ponerse de pie pero notó un fuerte dolor en la pierna. Se había torcido el tobillo y no podía apoyar el pie.

Se quedó sentado, temblando de miedo, inmerso en la oscuridad. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas por el dolor. Pero por encima de todo tenía una única preocupación: permanecer en el más absoluto silencio.

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